Artículo editado en la revista "BALCONADA" (Historia, sociedad y cultura alavesas) en septiembre de 2009 con motivo del 75 aniversario de Radio Vitoria (E.A.J. 62). Autora texto: Elena Ferreira. Documentación gráfica y asesoramiento: Alberto Lebrancón.
Vitoria. Dos de enero de 1971. La nieve y el hielo hace días que se han adueñado de la ciudad, que amanece con 22 grados bajo cero. No hay registro de una temperatura más baja. En la casa del director técnico de Radio Vitoria, José Lebrancón, suena el teléfono. La emisora, situada en Estíbaliz, falla. La transmisión no es todo lo limpia que acostumbra. Este mensaje inquieta a Pepe. Perfeccionista al máximo, no puede consentir que "su niña bonita" dé problemas. Por ello, y a pesar de la expresa prohibición médica de exponerse al frío por sus problemas de corazón, pide un taxi y se va a Estíbaliz. El coche no puede subirle hasta el cerro. La nieve se lo impide así que se baja y abriendo camino a pie consigue llegar al transmisor, lo repara y vuelve a la ciudad. Entra en casa y en el mismo pasillo, se desploma y muere. Es su última locura por amor a la radio, su radio, a Radio Vitoria. Acababan así casi cuatro décadas de un idilio que había comenzado poco después de que José Lebrancón llegara a la ciudad, con su familia, a principios de los años treinta. Le trajo un trabajo. Madrileño de nacimiento, comenzó de muy joven a tener conocimientos de electricidad primero y de electrónica después, sin olvidar los de telegrafista y radio técnico. De hecho, antes de acercarse a Vitoria, ya en 1923 trabajó en Radio Ibérica, empresa que fabricaba aparatos de radio y a la que algunos atribuyen la primera emisión en español, evento del que Lebrancón participa. Con este bagaje, Pepe Lebrancón, deja su ciudad natal sin demasiada pena porque "Madrid ya no es lo que era", comentaría años después a sus hijos. La empresa Siemens le requería para encargarse de la instalación del sistema eléctrico y posterior mantenimiento del nuevo edificio que la Caja de Ahorros Municipal de la ciudad de Vitoria iba a construir en el centro. Se instala en la ciudad y empieza su nuevo trabajo.
Pronto conocerá a otro enamorado de la electrónica, al médico radiólogo Francisco Hernández Peña, quien, empeñado en que Vitoria cuente con una emisora propia, consigue una licencia y compra un transmisor. Sin embargo, el aparato les da un montón de problemas. Las pruebas se suceden, pero el transmisor se estropea constantemente. Por ello, le pide a Lebrancón que le eche una ojeada. Pepe localiza cuál es el fallo que imposibilita la emisión: está en las fuentes de alimentación. Rediseña el equipo y queda perfecto. Corría el año 1934, la emisora echa a andar y en esos primeros pasos de Radio Vitoria, José Lebrancón ya le acompaña. Y desde entonces, hasta hoy, el apellido Lebrancón ha estado unido a Radio Vitoria. Su nieto Alberto, uno de los técnicos actuales de la emisora, comenta orgulloso, que desde ese año sólo hay tres cosas que no han variado en la radio: el nombre de Radio Vitoria; el indicativo EAJ 62 y el apellido Lebrancón que, primero con su abuelo, luego con su tío Roberto y con su padre Francisco y ahora con él, sigue ligado a la radio.
"Lebrancón. Radio Técnico. Fueros 10. Vitoria"
Hay una cuña que se emitió durante años en Radio Vitoria y que rezaba así: "Lebrancón. Radio Técnico. Fueros 10, ático izquierda. Vitoria". Todavía se la recuerdan a Alberto muchas de las personas que reparan en su apellido. Y es que José, o Don José como también le denominaban algunos, era un industrial que trabajaba por su cuenta y así complementaba su trabajo en el edificio de la Caja Municipal, con las labores de técnico en la emisora. pero su inquietud y conocimientos electrónicos le llevaron también a trabajar para Vesa, Vitoriana de Espectáculos S.A.. Sus manos se encargaron de poner a punto cabinas y sistemas de proyección y sonido para que los alaveses no se quedaran sin cine. Se sabe que también fabricó un centenar de aparatos de radio, a los que denominó "Superton" y de los que la familia conserva algunos diales de cristal donde se ve claramente el sello "L" de Lebrancón. Asimismo, se le recuerda con una emisora de onda corta, que le trajo más de un problema a los pocos meses de estallar la Guerra Civil. De hecho, en una carta que conserva la familia confiesa su miedo y reconoce que trabajar en la radio les está acarreando muchos riesgos y no oculta que en el trayecto de la emisora a casa iba "con la pistola armada, amartillada y en la mano, dentro del bolsillo". De hecho, en cierta ocasión, su mujer temió perderle. "Se lo llevaron, pistola en mano, de casa, le hicieron el temido 'paseo' y cuentan que se libró por los pelos... que alguien le reconoció y se dio cuenta de que 'sólo era el técnico de Radio Vitoria'", rememora su nieto. Por último, quienes conocían también muy bien el buen trabajo de Lebrancón eran los comercios de reparación de aparatos eléctricos, radios y demás. Él era el último eslabón al que recurrían cuando un arreglo se les ponía difícil. "Siempre acertaba", indica su nieto.
Equívoco doliente
Alberto Lebrancón ha recogido toda la documentación que su abuela guardó una vez fallecido José. Y así, rescata varios planos, viejas fotos, alguna reliquia y muchas cartas y documentos. Con todo ello, asegura, puede certificar que fue su abuelo y no el ingeniero de Telecomunicaciones Cáceres quién ideó, construyó, puso en marcha y se encargó del mantenimiento de las otras dos emisoras que tuvo Radio Vitoria hasta fechas recientes: una pequeña de 300 vatios de potencia y su "niña bonita", el transmisor de 3,3 kilovatios, que José fue construyendo poco a poco en el salón de su casa, teniendo como ayudante a su hijo Francisco, padre de Alberto. "Ese equívoco ha sido durante muchos años algo muy doliente para la familia", insiste. Y cuenta la historia: "Él decía que Radio Vitoria se escribe con mayúsculas. Era un fanático de la radio -apunta- Era su vida y en más de una ocasión casi se la quita, como aquella vez que recibió una fuerte descarga eléctrica por radiofrecuencia".
En un momento dado, la radio deja de pertenecer al doctor Hernández y pasa a la Caja Municipal, pero Lebrancón sigue como responsable técnico. Pasa el tiempo y el transmisor inicial, el de 1934, se queda obsoleto. Ese 'corazón', gracias al cual late la radio, necesita ser renovado. El Consejo de Administración de la Caja, ahora dueña de la radio, observa sorprendido cómo su técnico ha creado para el Hospital de Basurto un centro transmisor con varios receptores para las diferentes zonas del centro hospitalario; un sistema de comunicación entre los diferentes pabellones para que enfermos y monjas se distraigan, oigan misa, programas o música, por ejemplo. Alberto enseña un recorte del 14 de febrero de 1946 de "La Gaceta del Norte" donde se alaba la instalación asegurando 'que es la mejor que se ha construido de estas características en España'. Este hecho provoca que Miembros del Consejo de la Caja Municipal pregunten a José Lebrancón si se ve capaz de construir otro transmisor de más potencia. La respuesta no se hace esperar: José no tiene duda. Conocimientos le sobran. Ahora bien, carece del título de Ingeniero de Telecomunicaciones por ello, carece de capacidad de firma, requisito imprescindible requerido por Telecomunicaciones para dar el visto bueno a una emisora. Así creará la emisora de 300 vatios y más tarde, "se peleará" por la grande, la de 2.5 kilovatios. Alberto Lebrancón conserva cartas que intercambiaron en 1952 su abuelo José con el ingeniero Cáceres. "Cáceres era el ingeniero que la Caja había designado como fiscalizador para que firmara el proyecto de 2.5 kilovatios. Ambos se cartean y en estas misivas, mi abuelo le va dando cuenta de los avances que iba teniendo en el diseño del transmisor. Cáceres es el que firma, eso es todo", insiste.
Los recuerdos que la familia guarda de aquellos tiempos es que no fueron fáciles. "El Consejo de la Caja ataba muy bien todo. Eran frecuentes las 'peleas' dialécticas o por carta entre mi abuelo que pedía condiciones y más dinero y el Consejo que ataba en corto y hablaba de que el dinero lo recibiría cuando vieran los resultados, es decir, cuando la emisora funcionará". Y funcionó. La electrónica iba avanzando y con ella las válvulas y por ende, la potencia, los ajustes... en definitiva la calidad del transmisor.
El encargo era lograr 2.5 kilovatios, pero José Lebrancón consigue que esa potencia llegue a los 3.3 kilovatios. Por ello, diría en más de una ocasión que fue como "fletar el Queen Mary para la pesca del congrio". Y una vez construido, desmonta el transmisor pieza a pieza con la ayuda de su hijo Francisco y lo traslada y lo vuelve a montar en la sede de la calle Olaguibel, conocida por su bonita estética como "La bombonera". Y con este transmisor, Radio Vitoria consigue oírse en lugares como San Sebastián, Bilbao o Logroño, con más claridad y limpieza que las emisoras locales. Técnicos especialistas en electrónica e incluso ingenieros no tienen reparos en alabar el trabajo de Lebrancón. ¿Cómo ha conseguido los ajustes? ¿De qué forma ha logrado esa potencia?... José no tiene secretos y permite a quién lo desee que copie su invento. Los estupendos resultados que da el transmisor y la trayectoria demostrada no han caído en saco roto. Son varias las empresas y emisoras que ofertan a Pepe un buen contrato como director técnico en Barcelona, Madrid o incluso Sudamérica. Pero él, nunca aceptó.
Ingenio y picaresca
En 1960 se limita la potencia de las emisoras de Radio Vitoria a 1.700 vatios. Los controles son rigurosos. Por entonces no había medidores de potencia y sólo existía una fórmula para llevar a cabo el control, a través del contador de la luz. No se debía llegar más allá del cupo de electricidad estipulado. Pero aquí aparece la picaresca. En las revisiones periódicas, Radio Vitoria cumplirá con la norma estipulada. Lo que desconocen los controladores es que emitirá a más de 1.700 vatios. ¿De dónde cogerán el resto? "Sencillo -recuerda Alberto- de modificar el consumo en otros útiles de la emisora como por ejemplo la iluminación. Las bombillas se ponían de menor potencia y así iban rascando vatios para dárselos a la potencia de la emisión. Radio Vitoria llegaba más lejos de lo permitido, pero, las cuentas daban y no había problemas".
Picaresca que iba a la par de su ingenio, curiosidad y a su gusto por la perfección. "Era un auténtico maniático de la limpieza y perfección. Muy puntilloso y minucioso -recalca su nieto- De hecho -rememora con sorna- algunos le llamaban 'Salve Pepus Dios del Olimpo'". Quizá fue ese afán el que le permitiera conseguir pequeños hitos que tuvieron su importancia, especialmente en los años cincuenta y sesenta para la supervivencia de Radio Vitoria. Hay un capítulo en este sentido, que lo demuestra. Los transmisores funcionaban gracias a un tipo de lámparas. Dicho material estaba muy restringido a nivel mundial. De hecho, EE.UU. lo consideraba elemento militar "... y mi abuelo consigue esas lámparas, en Egipto. Desconozco cómo, pero las tuvo. Hablamos de épocas muy complicadas en todo el mundo y especialmente en la España de la postguerra. Bien, pues Lebrancón tuvo dichos elementos".
Ligado a este episodio está otro pequeño triunfo de Pepe: conseguir que la vida de dichas lámparas, estipulada en 2.000 horas, llegara perfectamente a las 10.000 horas, con los consabidos ahorros de costes.
Célebre es también un episodio en el que José Lebrancón se enfrentó a los poderes fácticos de la Vitoria de entonces por una simple razón que explica su nieto: "Antes de que el transmisor se llevara a Estíbaliz, la antena de la radio estaba puesta en la azotea del edificio de la Caja Municipal. Un buen día, mi abuelo descubrió que pegadas a ella habían colocado otras pequeñas antenas, propiedad de particulares con poder en la ciudad, de manera ilegal. Mi abuelo subió a la azotea y ni corto ni perezoso tiró esas antenas intrusas al patio interior. Se organizó una gorda, pero a mi abuelo le daba igual. Radio Vitoria se escribe con mayúsculas, repetía y eso no se podía consentir".
Y así hasta el final de sus días. Mantenía impoluto el transmisor. Hubo un nuevo traslado, esta vez a Estíbaliz y nuevamente desmontó pieza a pieza a 'su niña bonita' y la volvió a montar en el cerro. En cualquier caso, sus visitas a ver cómo estaba todo eran semanales. "Mantener una emisora de este tipo era complicado, pero él se iba todos los sábados, ajustaba lo que precisara y la dejaba perfecta", indica Alberto, quien añade que así era con todo. "En casa, en Fueros 10, disponía de un laboratorio de radioelectrónica con todo su material perfectamente clasificado en ficheros, en armarios... Todo clavado en su sitio" ¿Y en sus ratos libres? Pues más de lo mismo... "Montaba y desmontaba radios y televisores, les quitaba el polvo y los volvía a montar", cuenta su nieto, quien a nivel personal destaca de su abuelo que "ha sido y sigue siendo el pilar básico de toda la familia. El amor por la radio lo transmitió a sus hijos y nietos y de hecho cuatro seguimos sus pasos. Y a nivel profesional, hubo otros, sin duda, pero mi abuelo fue el mejor. Un adelantado de su época", sentencia Alberto Lebrancón.
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